Por: Víctor Sánchez Rincones
Ocio Latino-. Amo la música, sus arreglos, las buenas voces, el profesionalismo, la estructura de cada estrofa, las letras. En estas últimas me sumerjo, trato de agarrar cada palabra y disfrutar de cada contenido como si fuera mío. Pero todo esto con los años se ha ido al traste. Ya no hay buena música, ahora lo que hay es un centenar de irritantes canciones que solo invitan a la orgía y a la depravación.
No estoy en contra de los nuevos talentos, estoy es en contra de sus letras, de sus vacíos literarios, de sus conceptos errados. Toda esa camada de artistas urbanos no han terminado ni la primaria. Muchos de ellos vienen de familias desestructuradas, y todo lo que cuentan a través de sus melodías, son historias sin sentido, sin ninguna censura personal.
Se agarran en el sonido, y como inodoros vacíos, los llenan de caca, pura caca. Spotify ha globalizado la música, pero también se ha centrado en lo que a géneros latinos se refiere, solo en el reggaeton, y parece que ahora la apuesta segura es el trap, un estilo musical que ni los propios intérpretes saben definir. Hay que mirar atrás y recordar una entrevista que le hicieron a Bryant Myers en los Billboard: ¿Qué es el trap? Su respuesta fue la de un joven inseguro, que miraba para un lado y otro, sin saber a ciencia cierta la porquería de música que interpreta.
Tampoco se queda atrás el famoso Bad Bunny, un artista que el año pasado trabajaba en un súpermercado como empaquetador, y ahora hasta artistas como Enrique Iglesias se lo rifan, ya que su voz nasal, y sus malogradas canciones, donde invita a darle bala a sus ex, y «metérsela toda a las colombianas», lo han catapultado a la fama y la riqueza.
Los medios también son culpables de la proliferación de estos artistas; tal es el caso de Billboard, que el año pasado en su conferencia anual llevó a esta pandilla de mequetrefes.
Es cierto que la música evoluciona, pero siento que la misma está evolucionando hacia atrás; vamos en un retroceso descomunal, que está acabando con la ética musical. Ahora cualquier canción vulgar es sinónimo de éxito. Si a la misma le agregas sexo, droga y delincuencia, tienes casi seguro un hit.
En República Dominicana, una sociedad con un alto índice de delincuencia, las autoridades se han visto desbordadas por el incremento de crímenes y violaciones, y éstas la achacan al reggaeton, dembow y trap. La moda es tomar como referentes a artistas drogadictos y adorarlos, a pesar de sus errores con la sociedad. Ahí está el caso de Omega, un «maleante musical» que cumple cuatro años de cárcel por golpear a su mujer.
Quizás este análisis no aporte nada a la hora de vislumbrar un mejor futuro musical, ya que las discográficas también están contribuyendo con la miseria musical que reina e impera en este mundo cada vez lleno de ídolos de barro.
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