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Bolivia

Los top manta bolivianos

Julio Soto vende discos piratas a la salida del metro Pararell en Barcelona, muy cerca del Consulado Boliviano. Hace una semana está en Madrid, consiguiendo “mercadería” para continuar con su negocio en la Ciudad Condal. Asegura que la venta de copias piratas es rentable ya que consigue los discos a 0,50 céntimos de euro a través de un amigo. y allá los vende por 3 euros la unidad. “De algo hay que vivir, no hay trabajo ni dónde” dice, resignado, mientras espera la llegada de su amigo proveedor en Plaza Elíptica. Julio llegó hace dos años a Madrid y, por su situación irregular, no pudo conseguir trabajos fijos. Así se hizo “mantero” hace un año. La competencia y los controles de la Policía en la zona le hicieron probar suerte en Barcelona donde, dice, le “ha ido mejor”.
Ante la falta de trabajo los bolivianos buscan la manera de ganarse unos euros como vendedores
ambulantes – de comida, empanadas, pan, discos, celulares- en las bocas de metro o donde ven aglomeraciones de inmigrantes ya sea en el consulado, las oficinas del INEM o en la sede de Policía cuando realizan sus trámites.
En Madrid, las zonas del sur de la ciudad, Usera, Legazpi y Plaza Elíptica, concentran a la mayoría de los inmigrantes bolivianos. Los ambulantes ven en ellos a sus clientes potenciales. El Código Penal español, en su artículo 270, condena a penas de hasta 2 años de cárcel y multas que llegan a los 3.000 euros para quienes venden discos piratas en la calle. Actualmente existen 62 personas en prisión por este motivo y cientos de causas penales abiertas. Sin embargo, estar en el límite de la Ley parece importarles poco frente a su desesperación de conseguir algún ingreso. Después de todo, la necesidad de comer puede más que las barreras de la ley.

“Allá tengo mi restaurante y aquí vendo empanadas a la salida del metro”
“Empanaditas de carne, tucumanas a solo un euro” grita a todo pulmón el cochabambino Edgar Nina, de 36 años, a la salida del Metro de Usera. En una caja de cartón tiene las empanadas de carne de pollo envueltas en papel de aluminio y apiladas cuidadosamente. En otra bolsa reposa la “llajua” (salsa picante) y la mayonesa. Sus ojos miran cada minuto a los lados por si aparece “la secreta”, como le llama a la Policía, que hace batidas frecuentes. Las 25 empanadas que lleva por día las termina de vender a la una. A esa hora se va a una panadería del barrio a ayudar a hacer los panes que lleva nuevamente a la boca del metro a ofrecerlos.
Estas dos actividades permiten que cada fin de mes reúna 700 euros, de los que se ahorra 500. “El cuarto lo paga mi compañera” dice, con desparpajo. Eso sí, no es fácil ser ambulante ya que se debe levantar temprano y pelear los clientes con otros vendedores. “Las empanadas son muy buscadas porque para muchos es su comida del día por 1 euro”, asegura.
Edgar es un inmigrante curtido. Antes de venir a España trabajó en Argentina. Despachó a su esposa para que “abriera camino en España”. Pero cuando se reunió con ella, al cabo de unos años, ésta ya tenía otra pareja. “España no me ha dado nada, solo mujeres” afirma con malicia mientras suelta una carcajada que deja ver sus dientes forrados de oro.

“Qué ‘imilla’, se hace la que no conoce las tucumanas”
Doña Agustina, como le gusta que le llamen, es de Potosí y vive desde hace dos años en Madrid. Confiesa que está acostumbrada a vender empanadas y comida por lo que su actividad es por vocación, no producto de la crisis. Su mayonesa de fabricación casera es famosa en la zona y no desperdicia ni un segundo para vender sus empanadas de pollo y carne sólo a los que tienen cara de latinos, mejor si son bolivianos. A los españoles no les ofrece porque, según ella, “nunca compran”.
Agustina tampoco tiene papeles y se ha quedado en España porque en Bolivia sus hijos “no le dejan trabajar”. Cuando un posible cliente con “cara de boliviano” pasa de ella, se enoja y vocifera en voz baja: “Se hacen los españoles”.

“Viajo a traer los celulares”

Una mochila naranja grande cubre la espalda de Franz, un orureño de 25 años que no hace mucho era un competente albañil. Aunque tiene papeles no ha podido gestionar el cobro del paro por lo que ha buscado un ingreso alterno para sobrevivir. “Hace poco he ido a Bolivia a comprar celulares de segunda mano y los vendo aquí a los compatriotas que no pueden tener uno porque son muy caros” dice mientras manipula un par de ellos. La crisis parece haberle beneficiado porque de vez en cuando compra móviles a bajo costo de alguno de sus amigos que necesitan dinero y luego los revende ganando unos cuantos euros más. “Los sábados esto se convierte en una feria de manteros bolivianos pero en vez de mantas tenemos cajas” afirma, con cierto orgullo.

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